Prólogo - Por Su Santidad el Dalai Lama
Dondequiera que vivamos, y cualquiera (o ninguna) sea la fe que profesemos, todos tenemos en común el deseo de una vida plena, de realizarnos como personas y de ayudar a los demás. E independientemente de cómo se originaron, todas las religiones del mundo se asemejan en el potencial que ofrecen al ser humano para poder vivir en armonía consigo mismo, con los demás y con el medio ambiente. La primera vez que tomé conciencia de que el diálogo entre practicantes cristianos y budistas podía ser mutuamente enriquecedor y al mismo tiempo fortalecer espiritualmente a cada parte, fue cuando Thomas Merton vino a visitarme hace ya muchos años. La valentía que mostraba al explorar otras religiones más allá de la suya como para, por así decirlo, tomarle el gusto a las enseñanzas de otras tradiciones religiosas, fue algo que me abrió los ojos. Su ejemplo fue una verdadera fuente de inspiración. Desde entonces he tenido la fortuna de hacer amistad con personas cuya gozosa vivencia de la fe les ha ayudado a valorar otras religiones sin centrarse exclusivamente en la propia. No solo he tenido el privilegio de dialogar con estos hombres y mujeres excepcionales, sino que además he tomado parte en sus oraciones y demás prácticas religiosas. Entre ellos sobresale la figura del Hermano David Steindl-Rast, conocido por muchos simplemente como el Hermano David, sabio monje benedictino, pionero del diálogo interreligioso.
Para mí es una gran satisfacción ver salir a la luz este nuevo libro suyo, después de haber ambos dialogado acerca de este proyecto. En él explora cómo la noción cristiana de la Creación y la noción budista del Surgimiento Interdependiente son conceptos que apuntan a una misma experiencia. También demuestra cómo es posible permanecer fiel a un compromiso monástico cristiano y occidental, y aún así enriquecerse con el conocimiento y la experiencia budista; por supuesto que lo mismo se puede afirmar de alguien comprometido con el budismo. De hecho, la esencia del verdadero diálogo interreligioso debe fundamentarse en esta convicción. La valentía que mencioné anteriormente se hace presente en esta obra en el hecho de que el Hermano David ha elegido como base para el diálogo el Credo de los Apóstoles, texto netamente cristiano. Lo analiza preguntándose, punto por punto, "¿Qué significa esto?", "¿Cómo podemos saberlo?" y "¿Qué importancia tiene para nosotros?" La cordialidad con la que responde a estas preguntas, que nace de su propia experiencia de vida, es lo que le da fuerza y validez a sus palabras. La idea que da unidad al pensamiento del Hermano David es la gratitud. El sentirse agradecidos por la bondad del Creador y de su creación resuena claramente con el sentirse agradecidos a Buda y a todos los seres vivos. Cultivar la gratitud en nuestros corazones es cultivar una mente positiva; y una mente positiva nos conduce a la felicidad. Estoy seguro de que muchos lectores, como yo, se sentirán agradecidos hacia el Hermano David por su bondad al escribir este libro.